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“Cien años de soledad”, una obra maestra por redescubrir

redaccion Por redaccion
20 diciembre, 2024
En Cultura
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“Cien años de soledad”, una obra maestra por redescubrir
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Cien años de soledad es uno de esos libros cuyo título todo el mundo conoce, sin necesariamente haberlo leído. Para aquellos que se han sumergido en la novela, la reacción suele ser fuerte: te enamoras o te rindes después de unas pocas docenas de páginas. Se trata de un universo y una prosa muy particulares, que Netflix ha intentado adaptar a la pequeña pantalla. En esta ocasión, Caroline Lepage, una de las principales especialistas francesas en Gabriel García Márquez, explica cómo se escribió esta obra maestra y por qué su realismo mágico sigue siendo a menudo incomprendido.

Cuando el 5 de junio de 1967 se publicó Cien años de soledad en Buenos Aires, García Márquez tenía 40 años. Es un periodista experimentado, su carrera comenzó en 1948 en la Universal de Cartagena de Indias como reportero y columnista, así como un escritor con una notable reputación en el mundo literario colombiano.

Tiene en su haber tres novelas cortas, Des feuilles dans la bourrasque (1955), Pas de lettre pour le colonel (1961), La Mala hora (1962) y una colección de cuentos, Les funérailles de la Grande Mémé (1962), así como un puñado de textos publicados en periódicos y recopilados en 1972 bajo el intrigante título: Des yeux de chien bleu.

De un modo u otro, estas obras representaban desvíos, pero también, en mucha mayor medida, laboratorios: laboratorios donde podía experimentar, probar y aprender, para lograr escribir la gran novela que tenía en mente desde los 18 años, entonces titulada La casa.

Como explicaría más tarde, sentía que aún no tenía la solución, ni probablemente el aliento, para ponerlo en papel. Por lo tanto, es necesario ver en estas tres novelas y en estos veinte cuentos, el famoso «ciclo de Macondo», las piezas de un rompecabezas que encontrará su lugar y sentido en La casa, que se convirtió en Cien años de soledad (por ejemplo, en 1955, el cuento «Monólogo de Isabel viendo caer la lluvia sobre Macondo» constituye el embrión del relato del episodio de la riada cuatrienal que posteriormente azotó al Buendía, en el capítulo16 de Cien años de soledad).

Después de esperar más de dos décadas, García Márquez tardó sólo 18 meses en deshacerse definitivamente de ella, mientras vivía en la Ciudad de México, en una situación económica muy precaria. Según ella, la «solución» siempre había estado al alcance de la mano: contar toda la historia como su propia abuela, sus tías, sus vecinas, varios narradores y algunos narradores (incluido su abuelo), le contaron la suya, durante su infancia en la casa familiar de Aracataca, un gran pueblo de la región caribeña de Colombia.

Un realismo mágico incomprendido

Puesto que creía en ella simplemente porque para él era simplemente la realidad, no hay razón por la que la ficción no pueda hacer que el lector la crea a su vez. Aquí es donde reside el famoso «realismo mágico», que parece inseparable de Cien años de soledad que, por esta misma inseparabilidad, genera una mala interpretación crítica parcial, lamentablemente nunca resuelta.

Porque no, García Márquez no postula que la realidad caribeña, colombiana y latinoamericana sea mágica en sí misma (si esto se hace en las páginas de su obra, no cree que sus conciudadanos caminen sobre alfombras voladoras, leviten después de beber una taza de chocolate caliente, o suban al cielo tendiendo un par de sábanas con un viento fuerte), pero que las palabras para traducirlo en narración sepan llegar a serlo.

En este caso, esta historia que García Márquez quiere contar a toda costa es a la vez la recopilación de un precioso legado de historias y anécdotas (hay más de una pose cuando afirma no haber inventado nada en Cien años de soledad) y la escritura de sus propios recuerdos de infancia, su nostalgia y sus ilusiones –García Márquez tuvo que abandonar la casa de Aracaca a los 8 años, una partida que representa para él un verdadero desarraigo, un trauma que toda su obra literaria habrá refrito… Porque escribir, entendió las enseñanzas recibidas, es dar realidad.

Macondo se convierte así en la suma de las historias que ya no existen y las historias que nunca existieron, tanto las que nos han contado como las que nos hemos contado a nosotros mismos. Aquí, en la amplitud de Cien años de soledad, se imponen aquí las coordenadas espacio-temporales de la omnipotencia de la ficción y la autoficción, una especie de performance superlativa colectiva e individual: nace con el comienzo de la novela, cuando el mundo es entonces tan nuevo que los guijarros del río parecen huevos prehistóricos, donde las cosas son tan nuevas que aún no tienen nombre y que hay que señalarlas, Para terminar con el cierre, cuando un viento apocalíptico se lo lleva todo, un todo preservado para siempre de la «realidad real» que probablemente vendrá después, ya que este mundo permanece cerrado en 500 páginas.

A partir de ahora, basta con reanudar en la página 1, con otro lector, para que la historia comience de nuevo, una y otra vez. En este mecanismo, el principio y el fin, la vida y la muerte son poco más que circunstancias casi fortuitas ligadas a la lectura.

¿Una metáfora de América Latina?

Hemos visto obstinadamente sobre todo, y a veces exclusivamente, detrás de esta inmensa ficción desenfrenada, una metáfora de la América Latina, de la que, para usar la famosa fórmula del mexicano Carlos Fuentes, Cien años de soledad sería la Biblia. Con su novela, García Márquez habría contado nada menos que la historia entera del subcontinente (desde su descubrimiento por los españoles hasta su destrucción por el imperialismo norteamericano, pasando por su autodestrucción en las diversas formas de violencia política y social local), descrito la «esencia» de sus habitantes, mostrado su realidad más «auténtica» y «verdadera»…

La actriz Loren Sofía Paz en la adaptación a la pantalla chica de «Cien años de soledad».

Además, muchos lectores latinoamericanos de Cien años de soledad han afirmado haber sabido finalmente quiénes son como latinoamericanos gracias a este libro. Son muchas las razones para este deseo de identificarse con el destino de la familia Buendía y del pueblo de Macondo, la primera es, sin duda, la poderosa tentación de buscar contemplarse a sí mismo en una imagen que los lectores de todo el mundo no han dejado de delirar desde finales de la década de 1960, elogiando este espléndido maravillosa y mágica América Latina.

Lo cierto es que esto ha congelado el retrato de García Márquez como escritor, como pequeño hechicero, como vocero de una región, de un país y de un continente incapaz de entrar en la historia, porque está encerrado en el mito y la leyenda. Más que suficiente para hacerlo parecer ingenuo y un «conductor» pasivo del colonialismo.

Excepto que todo cambia si invertimos las cosas, si ya no subordinamos la realidad ficticia a la «realidad real», cuando volvemos la literatura a la literatura, en fin. Al principio era la historia, tan prepotente que podía recrear el mundo desde cero, un mundo hecho de historias y de un lenguaje singular, pero trágicamente invadido y contaminado desde el exterior, según la llegada de extraños, portadores de las otras historias de sórdida realidad.

¿Qué daría una relectura de Cien años de soledad por el simple hecho de creer en ella, como el joven Aureliano en la primera línea de la novela, cuando su padre lo lleva a la feria?

Por Carolina Lepage. Profesor de literatura hispanoamericana, Universidad Paris Nanterre – Universidad Paris Lumières

Fuente: theconversation.com

Etiquetas: actrizcien años de soledadobrasseries
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