Es difícil imaginar una experiencia cinematográfica sin el inconfundible crujido del pochoclo (o palomitas de maíz, como lo llaman en algunos lugares). Hoy en día, especialmente en Estados Unidos, las enormes bolsas y baldes de esta golosina parecen ser parte inseparable de la rutina de ir al cine. ¿Pero alguna vez te preguntaste cómo empezó todo?
La historia del maíz es tan antigua como la civilización misma. Se sabe que el maíz es originario de América y, hace más de 4.000 años, ya se conocía el arte de hacer estallar los granos. De hecho, los arqueólogos descubrieron restos de granos de maíz reventados en diversas excavaciones, que datan de esa época. Pero la historia no se limita a los tiempos precolombinos: los aztecas, por ejemplo, ya tenían una palabra especial para describir el sonido del maíz explotando: «totopoca». La palabra, que aún se escucha en el folklore de las civilizaciones indígenas, refleja la importancia del maíz en su cultura y gastronomía.
¿Cómo nació el pochoclo moderno?
Aunque el maíz reventado ha sido consumido a lo largo de la historia, el «pochoclo» tal como lo conocemos hoy en día, especialmente el que disfrutamos en las salas de cine, tiene una historia más reciente. Su creador fue un hombre llamado Charles Cretors, un estadounidense nacido en Lebanon, Illinois. En 1885, Cretors, que trabajaba como dueño de una tienda de dulces, comenzó a experimentar con una máquina para hacer palomitas de maíz de manera más eficiente y uniforme. Su invento, que consistía en una máquina de vapor para tostar el maíz, utilizaba una mezcla de manteca de cerdo, aceite y sal, lo que producía una textura perfecta y un sabor delicioso.
La máquina de Cretors fue un verdadero avance en la industria del pochoclo. En 1891, solicitó una patente por su invento, y la obtuvo en 1893. Aquel invento revolucionó el mundo del cine, ya que permitió que las palomitas se prepararan de manera rápida y, sobre todo, en grandes cantidades. El paso siguiente fue llevar su máquina a la Exposición Universal de Chicago de 1893, donde su producto fue un éxito inmediato.

El boom de las palomitas en el cine
En sus primeros días, la venta de pochoclo no estaba directamente asociada al cine. Sin embargo, Cretors decidió aprovechar una oportunidad que parecía una jugada arriesgada: regaló muestras gratuitas de su producto a los asistentes de la exposición, lo que generó una demanda inesperada. Los visitantes se agolpaban para comprar las bolsas, y pronto el invento se convirtió en una verdadera sensación.
Pero fue a principios del siglo XX cuando el pochoclo comenzó a ser parte de la experiencia cinematográfica. Durante la Gran Depresión, cuando las entradas al cine se hicieron más baratas y el público buscaba formas económicas de acompañar la película, las palomitas fueron la respuesta perfecta: sabrosas, accesibles y fáciles de consumir. Aunque en sus inicios eran un lujo en los teatros, en pocos años se convirtieron en el acompañante de película por excelencia.
Una anécdota sabrosa
Curiosamente, en la década de 1930, el pochoclo comenzó a tener una popularidad tan grande que los propios dueños de los cines, en lugar de permitir que se vendieran en puestos fuera del establecimiento, decidieron colocar máquinas para su preparación dentro de los teatros. Pero hubo un detalle curioso: los primeros cines que introdujeron el pochoclo a gran escala no fueron bien recibidos por los propietarios de los teatros, quienes creían que el olor podía distraer a los espectadores de la película.
Hoy, más de 100 años después de la invención de Cretors, el pochoclo continúa siendo un símbolo de la cultura del cine. Ya no solo en los cines, sino en casas, festivales y hasta en eventos deportivos, el pochoclo sigue siendo el rey de las golosinas.
Por Luis Lahitte