Un bodeguero respondía, ante la pregunta de por qué solo apuntar a vinos de alto precio:
—“Es el segmento que va a crecer, el único”.
Quien lo interpelaba, con ironía, retrucó:
—“¡No todos podemos ser Alejandro Vigil!”
Durante años, la industria del vino ha buscado un nuevo impulso frente a un escenario global desafiante: consumo en caída, cambios en los hábitos de los jóvenes y una competencia feroz de otras bebidas. En ese contexto, la palabra “premiumización” se convirtió casi en un mantra.
Pero cabe preguntarse: ¿es realmente la solución que salvará al vino o solo un espejismo que beneficia a unos pocos?
El auge del vino premium
La premiumización alude al giro del mercado hacia vinos de mayor calidad y precio. Es decir: menos volumen, más valor.
En teoría, el objetivo es claro: compensar la caída en las ventas masivas con un incremento en los márgenes y una conexión más profunda con el consumidor.
Ejemplos sobran. En Estados Unidos, Napa Valley y Sonoma lideran esta tendencia, con bodegas que ofrecen experiencias exclusivas —catas privadas, membresías, degustaciones a medida— y elevan el precio promedio por botella.
En Argentina, Catena Zapata, Cheval des Andes o El Enemigo lograron posicionarse en la franja alta del mercado global, con vinos que superan los 100 dólares y fortalecen la reputación del país.

Incluso proyectos emergentes, como Bodega Gamboa en la provincia de Buenos Aires, han apostado por vinos con identidad, diseño y narrativa, logrando alto precio, creciente demanda y reconocimiento, al entender que el consumidor actual no solo compra un producto, sino una historia.

Por qué todos hablan de premiumización
La respuesta está en los números. Mientras el consumo total de vino disminuye, los vinos premium crecen en participación.
En Reino Unido, las ventas de botellas por encima de 10 libras se duplicaron en la última década. En Latinoamérica, mercados como Brasil y México muestran un patrón similar: consumidores dispuestos a pagar más por etiquetas con origen, trazabilidad y personalidad.
La premiumización brinda ventajas evidentes:
Mayores márgenes + enoturismo: el gran cambio de las últimas tres décadas. Los vinos de alta gama ofrecen más rentabilidad, especialmente cuando se potencian con el enoturismo, dando lugar a ventas directas sin intermediarios.
Atracción de consumidores aspiracionales: las clases medias urbanas —hoy concentradas en barrios privados o desarrollos cerrados— hacen del vino un símbolo de encuentro y distinción. Los grupos de catas privadas entre amigos se multiplican, reforzando la idea del vino como parte de un estilo de vida.
Los límites del modelo
Detrás del entusiasmo, hay una pregunta incómoda:
¿pueden todos los productores subirse a esta ola?
No. No todos son Alejandro Vigil.

La premiumización no es un camino universal. Existen desafíos estructurales que limitan su alcance:
Demanda concentrada: la mayoría del crecimiento premium ocurre en mercados de alto poder adquisitivo. En países con economías inestables, el consumo de vino caro sigue siendo minoritario.
Nuevos hábitos de consumo: los millennials y la Generación Z prefieren experiencias informales y bebidas más ligeras o versátiles, como el vermut, los spritz o los vinos en lata.
Dificultad para escalar la calidad: no todas las regiones pueden producir vinos de nivel superior sin inversiones fuertes en viñedo y tecnología.
El valor de lo cotidiano: muchos consumidores siguen buscando vinos con buena relación precio-calidad, como los que ofrecen cooperativas de Mendoza, La Rioja o el Maule, en Chile.
La premiumización, entonces, puede ser un camino para algunos, pero no la salvación de todos.
Más allá del lujo: otros motores posibles
El crecimiento del vino no depende únicamente del precio, sino de su capacidad para reinventarse.
El mundo del vino cambia y propone:
Sostenibilidad y autenticidad: crece la demanda de vinos orgánicos, biodinámicos o de baja intervención. Bodegas como Chakana, Krontiras o Zuccardi lideran este cambio.
Enoturismo y nuevas herramientas del marketing: El enoturismo, del cual ya hemos hablado, se consolidó como una de las grandes fuerzas transformadoras del vino moderno. Visitar una bodega, recorrer un viñedo o participar de una cosecha genera una conexión emocional difícil de replicar en otros ámbitos. Zonas como Campana, Cafayate, Valle de Uco o la Patagonia demuestran que el turismo puede ser tan importante como la exportación, y que cada copa compartida en origen multiplica el valor del vino más allá del precio.
A su vez, las nuevas herramientas del marketing están cambiando la forma de acercar el vino al consumidor. El e-commerce, los clubes de suscripción y los pop-ups urbanos permiten llegar a públicos más especializados y diversificados. En Buenos Aires, eventos como la Wine Experience Pinamar o las Subastas Solidarias de Vinos combinan entretenimiento, solidaridad y cultura, atrayendo a nuevas generaciones y reforzando la idea del vino como experiencia compartida.
La premiumización no es un mito, pero tampoco un milagro.
Es una estrategia válida, siempre que vaya acompañada de autenticidad, innovación y conexión con el consumidor.
La premiumización no salvará al vino, pero puede ayudarlo a reencontrarse con su esencia.
El desafío no está en vender botellas más caras, sino en seguir construyendo historias que la gente quiera brindar.
Solo así, el vino seguirá siendo lo que siempre fue: una experiencia humana, cotidiana y viva.
Por el equipo de Saber Salir