La guerra de Ucrania ha entrado en una nueva fase, caracterizada por la incertidumbre pero también por un rayo de esperanza. Por primera vez desde la invasión rusa, las tropas ucranianas han cruzado la frontera internacional hacia la Federación Rusa.
Durante el fin de semana, lograron penetrar al menos 30 kilómetros dentro de la provincia de Kursk, en una operación audaz que sorprendió tanto al mundo como al ejército ruso. Más de 175,000 ciudadanos rusos han sido evacuados de la zona, se han registrado numerosos prisioneros y bajas entre las tropas de Moscú, una columna de blindados fue destruida por completo, y casi una treintena de localidades han caído en manos del ejército ucraniano, que controla alrededor de mil kilómetros cuadrados, según cifras de Kiev.
En medio de la ofensiva rusa en el Donbás, donde Moscú ha estado avanzando lentamente pero sin pausa, el comandante en jefe ucraniano, Oleksandr Sirski, lanzó una ofensiva compleja y arriesgada directamente sobre un territorio que no había sido invadido militarmente desde la Segunda Guerra Mundial. Esta ofensiva no solo mostró la vulnerabilidad de las defensas y fronteras terrestres rusas, sino también las capacidades militares del ejército ucraniano.
La operación obliga a Moscú a desviar tropas y recursos bélicos que estaban siendo utilizados en el Donbás para frenar el avance ucraniano y, si es posible, desalojarlos de su territorio. Sirski empleó blindados, drones y abundantes medios de guerra electrónica, aprovechando el factor sorpresa y una sólida base de inteligencia previa. Su apuesta por la gran maniobra sobre el terreno está resultando más efectiva que la fortificación y la batalla estática de posiciones, un escenario en el que los rusos cuentan con mayores recursos, especialmente humanos, para soportar el desgaste.
La operación tiene también un significativo valor propagandístico. Al trasladar la guerra y sus efectos sobre las infraestructuras y la población al interior de Rusia, genera un impacto psicológico en la ciudadanía rusa y demuestra la capacidad de Ucrania para llevar la guerra más allá de sus fronteras.
Además, insufla moral a la ciudadanía ucraniana, que ha sufrido considerablemente a lo largo del conflicto. Para los aliados de Volodímir Zelenski, esta ofensiva representa un mensaje de esperanza después de una larga etapa de escasos éxitos militares. Ensancha los márgenes de acción de Kiev sin provocar temor a una escalada o a una extensión regional del conflicto, y menos aún a la amenaza nuclear esgrimida por Moscú en los primeros compases bélicos.
Una semana después del inicio de la ofensiva, aún se desconoce su amplitud y solidez. La operación podría dirigirse también hacia la provincia contigua de Belgorod, configurando una pieza territorial que Ucrania podría usar en futuras negociaciones para canjear por territorios perdidos desde 2014. Las instalaciones gasísticas y la planta nuclear de Kursk, ubicadas dentro del alcance de las tropas y cohetes ucranianos, realzan el valor estratégico de la ofensiva.
Preventivamente, y en caso de consolidarse la conquista de territorio ruso, Vladímir Putin ha señalado la imposibilidad de negociar como resultado de la ofensiva. Sin embargo, en la realidad fuera del Kremlin, la situación es diferente. Zelenski se ha mostrado dispuesto a negociar, aprovechando el momento favorable para su país después de muchos meses de adversidades.
