La caída no respondió a una sola causa. Fue el resultado de la convergencia de factores que ya venían gestándose —el reordenamiento post-pandemia, una mayor conciencia sobre la salud, una agenda de sustentabilidad cada vez más presente y un consumidor que vincula el vino a experiencias, participación y protagonismo— sumados al avance de nuevas generaciones hacia otras categorías. Todo esto, en un contexto económico que volvió al vino especialmente sensible por no tratarse de un bien esencial.

En esa transformación cultural aparece una lectura provocadora. Scott Galloway —referente del análisis social y económico contemporáneo— sostiene que el ascenso del movimiento anti-alcohol eliminó uno de los espacios tradicionales de encuentro: aquellos ámbitos donde los adultos jóvenes construían vínculos, confianza y sentido de comunidad. El consumo dejó de ser un ritual social para convertirse, cada vez más, en una decisión individual y consciente.

A diferencia de otros momentos, el retroceso se sintió en varios mercados al mismo tiempo, sin refugios claros. A este escenario se sumó un clima más proteccionista, con más regulaciones, mayor burocracia y costos crecientes de compliance. En Estados Unidos, además, la incertidumbre generada por los vaivenes tarifarios frenó decisiones y postergó operaciones.
Pero el dato más relevante no fue solo que se bebió menos, sino cómo se bebió. En los mercados más tradicionales se consolidó con fuerza la lógica del menos, pero mejor: el consumidor redujo la frecuencia, elevó el estándar y empezó a buscar situaciones de consumo más emocionales y significativas.
En paralelo, nichos que antes parecían secundarios ganaron peso real en la conversación de compra. La categoría NOLO (No/Low Alcohol) dejó de ser una curiosidad; los vinos sustentables, orgánicos, biodinámicos y de mínima intervención consolidaron su lugar. Ya no como elección de “frikis”, sino como respuesta concreta de un consumidor más consciente, selectivo y atento tanto a su bienestar como al entorno.
También comenzaron a ordenarse los estilos. Crecieron las búsquedas por origen, los vinos de bajo o nulo alcohol y los rosados de perfil provenzal —con España entre los primeros en adoptar y marcar ese estándar global—. Del otro lado, empieza a percibirse, aunque aún de manera incipiente y discutible, el abandono de los tintos excesivamente concentrados, con sobreextracción y madera dominante. El Pet-Nat, tal como se anticipó desde sus inicios, no logró prosperar: su carácter imprevisible al abrir y desconcertante al probar limitó su adopción masiva.
En materia de mercados, las oportunidades comienzan a aparecer fuera del eje tradicional. Brasil y Corea del Sur —dos destinos recurrentes en la conversación de Saber Salir— continúan mostrando señales claras de crecimiento e interés por el vino argentino. Casos como el grupo Millán con Mosquita Muerta, Peñaflor con Finca Las Moras o Catena con DV Catena “la descosieron” en el gigante vecino, para decirlo en términos futbolísticos. El gran problema sigue estando en los mercados clásicos y maduros, donde el consumo cotidiano muestra una caída sostenida. El Reino Unido, en particular, siente con fuerza el impacto impositivo en los segmentos de entrada y medio.


En Asia, Argentina continúa descorchando con desventaja. La falta de acuerdos de libre comercio —que sí tiene nuestro principal competidor, Chile— condiciona el desarrollo. Los vinos argentinos necesitan apoyo institucional y un trabajo sectorial sostenido para lograr una inserción real y duradera.
El 2026 llega con más exigencias y desafíos. Precios competitivos, demostración concreta de sustentabilidad, identidad clara, puntajes y estilos bien definidos serán variables decisivas para determinar el éxito o el fracaso en los mercados. Los consumidores buscan honestidad a la hora de ser y de comunicar.Si algo dejó claro 2025 es que el vino ya no compite solo con otras bebidas, sino con nuevas formas de vivir y consumir. En 2026, la pregunta ya no será cuánto se vende, sino por qué alguien debería elegirnos. Y quien no tenga una respuesta clara, probablemente no tenga lugar en la mesa del futuro.
Por el equipo de Saber Salir



