En el corazón de la Quebrada de Humahuaca, Bodega El Bayeh combina tradición familiar, viticultura de altura y un profundo vínculo con los pueblos de la región. Criollas, identidad y territorio se unen en uno de los proyectos más singulares del vino argentino.
En Maimará, un pueblo que acaba de ser reconocido por la ONU como “el más lindo del mundo”, el paisaje no solo deslumbra: también cuenta historias. Allí, donde los cerros muestran capas de colores como si fueran páginas abiertas de la tierra, nació Bodega El Bayeh, un proyecto familiar que hoy se convirtió en uno de los protagonistas más distintivos del vino argentino. Conversamos con Rocío Manzur, directora de la bodega e integrante de la familia fundadora, para comprender cómo se construye un vino en una región donde la cultura, la geografía y la comunidad se entrelazan de manera única.
La Quebrada de Humahuaca es un territorio joven en términos vitivinícolas —apenas dos décadas de desarrollo sostenido— pero milenario en cultura. Su geografía extrema, marcada por la altura y por una amplitud térmica que impacta directamente en la madurez de la uva, convive con rituales y prácticas ancestrales que siguen vivas en la vida cotidiana. “La Quebrada tiene una identidad que no se compara con ninguna otra región del país”, explica Manzur. “Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y eso no es solo una etiqueta: caminás por cualquiera de sus pueblos y encontrás celebraciones que se mantienen desde hace siglos. La Pachamama, el Inti Raymi, el Día de los Muertos… y también ese sincretismo tan propio del norte: durante un rito andino ves a personas que se persignan. Ese cruce cultural forma parte de nuestra vida diaria y también, de alguna forma, de nuestros vinos”.
La bodega nació con un concepto claro: interpretar el territorio a través de dos miradas complementarias, los vinos de pueblos y los vinos de fincas. En su línea Pequeños Parceleros, la que dio origen al proyecto, trabajan con uvas que provienen de familias de Purmamarca, Tilcara y Maimará. Fue, de hecho, la primera gran idea del enólogo Matías Michelini, cuando visitó la finca familiar y encontró algunas parras de criolla destinadas solo al consumo personal. “Matías nos dijo que la primera elaboración tenía que ser con criolla. Mi papá puso un aviso en la radio para comprar un poco más y terminó volviendo con kilos y kilos de uva que los vecinos ofrecieron. Así arrancamos, casi de sorpresa”, recuerda Rocío. Aquella primera vendimia, que iba a ser un ejercicio mínimo de aprendizaje, terminó en más de 20.000 botellas. Hoy, apenas cuatro cosechas después, El Bayeh produce 70.000.


El crecimiento del proyecto no se explica sin la historia previa de la familia en la región. Décadas antes de elaborar vino, el abuelo de Rocío, Pedro Manzur, recorría toda la Quebrada como verdulero. Visitaba finca por finca, compraba hortalizas a los productores y las llevaba al mercado central de Jujuy o Salta. Ese vínculo creó una red de confianza que persiste hasta hoy: “Cuando nos presentamos como los nietos de Pedro, las puertas se abrieron. Muchos vecinos todavía lo recuerdan, algunos le rezan o incluso le hacen una misa. Ese respeto y ese lazo comunitario hicieron posible que hoy podamos trabajar con ellos, acompañarlos en el manejo de sus parras y construir juntos los vinos de pueblos”, cuenta Manzur.

La segunda gran pata del proyecto llega desde las fincas propias. En Finca Ollantay, en Maimará, elaboran Syrah, Malbec y un Blend que busca mostrar la potencia y estabilidad de los suelos aluviales del valle. Pronto se sumarán Semillón, Chardonnay y Criolla, una apuesta que refuerza la idea de que la Quebrada todavía está escribiendo su propia gramática enológica. Más al norte, en Huacalera, la finca Los Faldeos da vida a la línea Trópico Sur, donde hoy elaboran Sauvignon Blanc y Malbec. El nombre no es casual: la finca se ubica justo al sur del Trópico de Capricornio, un punto geográfico que, según Rocío, también imprime carácter.
Esa búsqueda de identidad llevó a que los vinos empezaran a viajar al exterior. El Bayeh ya exporta a Noruega, Estados Unidos y Portugal, con las criollas y los Malbec entre los favoritos de los importadores. Para Rocío, ese interés internacional no sorprende: “Los vinos del norte tienen una energía particular. La altura y el clima hacen que todo sea más nítido: la fruta, la frescura, la tensión. Y hay algo más: es una región que todavía está decodificándose. Cada productor está encontrando su forma de interpretar la Quebrada”.
La bodega lleva un nombre que también cuenta una historia familiar. El Bayeh era el apellido original de su bisabuelo, cuyo nombre —Boutrus Mansour El Bayeh— fue modificado cuando ingresó al país. El significado, “comerciante de frutos y hortalizas”, parece cerrar un círculo perfecto entre los orígenes hortícolas del abuelo Pedro y la actual producción de vino: un mismo hilo, reconfigurado por el tiempo, que vuelve siempre a la tierra.


Esta conversación con Rocío Manzur tuvo lugar durante el programa de radio Saber Salir, emitido los viernes de 21 a 22 hs por FM Milenium, donde compartió en primera persona la historia, el presente y la visión futura de Bodega El Bayeh.
Por equipo Saber Salir



