Sobre la calle Posadas, en las entrañas del hotel Meliá, se encuentra un restaurant singular, de nombre Calaf, como el príncipe de Turandot. El nombre no es casual: lo que pasa en sus mesas tiene algo de aria, de tensión contenida, de final que se espera con los sentidos despiertos.
Es que a Calaf no se viene solo a comer. Se viene a vivir una experiencia. Abre todos los días en dos turnos —mediodía y noche— como si respetara la lógica de una función teatral. Cala se encuentra al fondo del hotel, en un salón discreto, ideal para reuniones corporativas, donde prima un ambiente cosmopolita ya que son muchos los extranjeros que desfilan por sus mesas.
La cocina, técnica y escénica, está a cargo del chef Alejandro Dobronich, cocinero corporativo que busca una cocina de base francesa pero con impronta española, ya que la cadena Meliá es ibérica, con el aporte de algunos rasgos asiáticos. Dobronich se formó en la Unión de Chefs, con su maestro y amigo Víctor Molina, y en el IAG (Instituto Argentino de Gastronomía).

Entre los platos más representativos se pueden mencionar el lomo Wellington, clásico lomo en croute galo, reallizado con douxelle de champiñones y paté de ave, el spaguetti Cacio e Pepeo, a base de queso pecorino romano de gran diámetro, elaborado gracias a una colaboración con Santa Águeda en Las Flores (este queso fue premiado en la Copa del Mundo de Queso 2024 en Sao Paolo), y el tiramisú al gueridón, armado frente al cliente con savoiardis y mascarpone.
Un bonus track de la casa en el club “Jazz Voyeur”, que se encuentra en el subsuelo, donde casi todos los días de la semana hay música en vivo, en un ambiente símil “Belle Époque”, que hace que uno opte por sentarse una mesa o en una barra, cocktail de por medio, a disfrutar de la oferta musical de primera línea de la casa.
La filosofía de Calaf es buscar la excelencia con productos frescos cocinados a la vista del cliente, ofreciendo carne de primera calidad, pescados frescos y verduras a la vista para personalizar ensaladas.
Los copropietarios, Gerardo Cañellas y José María Lafuente, mallorquines y amigos desde la primaria, expresan un «sentimiento solidario» hacia los porteños, considerándose «primos hermanos» por la herencia cultural compartida.
Calaf. Posadas 1557, Recoleta. Todos los días, mediodía y noche
Por: Luis Lahitte