Según Ouest France, casi uno de cada cinco franceses afirmó en 2025 que quería reducir su uso de la tecnología digital, mientras que Statista señaló que el 9% de los franceses quería disminuir el tiempo que pasaba en las redes sociales.
Este deseo refleja una tendencia significativa: el tiempo promedio frente a las pantallas sigue aumentando —más de cinco horas al día de media— , lo que genera preocupación entre la sociedad civil, los investigadores y, más recientemente, los responsables políticos. En abril del año pasado, el ex primer ministro Gabriel Attal incluso pidió un «estado de emergencia contra las pantallas».
Un despertar colectivo
Más allá del malestar general que produce la sensación de vivir a través de una pantalla, ha surgido una verdadera conciencia. Desde finales de la década de 2010, numerosos estudios han denunciado la «captología»: la forma en que las grandes plataformas utilizan la ciencia del comportamiento para captar nuestra atención optimizando sus interfaces y perfeccionando sus algoritmos. Su objetivo es mantener a los usuarios enganchados el mayor tiempo posible, a veces a costa de su salud. «Netflix está compitiendo con el sueño», declaró Reed Hastings, su director ejecutivo, en 2017.
Los efectos nocivos del exceso de tiempo frente a las pantallas son bien conocidos y están demostrados: mayor ansiedad, empeoramiento de los trastornos del sueño y pérdida de concentración. El psicólogo estadounidense Jonathan Haidt destacó la relación entre el uso excesivo de pantallas y el aumento de los suicidios entre los jóvenes, especialmente las chicas, cuya tasa aumentó un 168 % en Estados Unidos durante la década de 2010. La tendencia es similar en Francia. Esta acumulación de datos científicos y testimonios personales ha generado un debate público: ¿cómo podemos recuperar el control sin aislarnos del mundo digital?
El mercado del minimalismo digital
Ante estas preocupaciones, ha surgido una nueva economía de la desconexión. En YouTube , los vídeos de influencers que muestran su «desintoxicación digital» suelen superar el millón de visualizaciones. Otros, como José Briones, se han especializado en minimalismo digital, ofreciendo cursos de formación e incluso boletines informativos de pago para ayudar a la gente a «liberarse de las pantallas». Este enfoque resulta paradójico, puesto que estos consejos circulan principalmente en las mismas plataformas que critican.
El fenómeno va más allá del simple desarrollo personal. En el sector turístico, las escapadas de «desintoxicación digital» —sin teléfonos y centradas en el bienestar— se multiplican, a veces a precios elevados. En París, el concepto holandés The Offline Club organiza eventos sin pantallas: lecturas, paseos y encuentros entre socios, con precios que oscilan entre los 8 y los 15 euros. Así, está surgiendo un auténtico mercado para el minimalismo digital. Ahora, hay quienes están dispuestos a pagar para desconectar de la tecnología.
El auge de los «dispositivos tontos»
Otra respuesta a esta búsqueda de sobriedad digital: dispositivos sencillos. No se trata de resucitar el Nokia 3310, sino de ofrecer teléfonos o tabletas básicos, deliberadamente limitados a sus funciones esenciales, protegiendo a sus usuarios de los efectos adictivos o intrusivos de las pantallas.
El Light Phone, una versión minimalista del smartphone, y el ReMarkable, una alternativa simplificada a la tableta, encarnan esta tendencia. Su promesa es preservar las ventajas tecnológicas reduciendo las distracciones. Sin embargo, sus precios siguen siendo comparables a los de los modelos de gama alta, 699 € y 599 € respectivamente, ¡lo que los convierte en productos de nicho!
Un lujo reservado para una clientela privilegiada.
El discurso de marketing de estos productos se dirige a un público específico de ejecutivos, creativos y autónomos: personas que tienen el tiempo, la cultura y los recursos para «desconectarse». Las imágenes empleadas enfatizan la concentración, la productividad y una forma de realización intelectual o espiritual.
Pero este enfoque sigue siendo individual: protegerse a uno mismo, sin cuestionar colectivamente el lugar de la tecnología digital en la sociedad. Así, el «derecho a la desconexión» tiende a convertirse en un producto de consumo, un lujo reservado para quienes pueden permitírselo.
Para la mayoría de las personas, evitar las pantallas es prácticamente imposible. La autenticación de dos factores en bancos, trámites administrativos y plataformas de aprendizaje en línea hacen que los teléfonos inteligentes sean indispensables. Por lo tanto, las soluciones existentes dependen de la responsabilidad individual y, en consecuencia, de los recursos económicos y culturales de cada persona.
Hacia una respuesta colectiva y política
Ante esta dependencia estructural, están surgiendo algunas iniciativas ciudadanas y políticas. En 2024, la comisión sobre el impacto de la exposición de los jóvenes a las pantallas, presidida por el neurólogo Servane Mouton, presentó un informe al gobierno proponiendo medidas concretas para limitar la exposición temprana. La Conferencia «Attention », que se celebra en París cada dos años, reúne a cargos electos, investigadores y asociaciones como Lève les Yeux (Levanta los ojos ), que abogan por un uso más responsable de la tecnología digital.
Estas iniciativas, aunque modestas, abren una perspectiva crucial: convertir la desconexión no en un lujo, sino en un derecho colectivo, en la intersección de la salud pública, la educación y la democracia. Se trata de una cuestión fundamental para garantizar que la recuperación de nuestra atención y autonomía no quede únicamente en manos de actores privados.
Por Chloe Preece. Profesor asociado de Marketing, ESCP Business School
Fuente theconversation.com



