Después de años de expansión imparable, el mercado del lujo atraviesa una crisis inesperada. La caída del consumo en China, la guerra comercial impulsada por EE. UU., la inflación global y la saturación de la oferta han golpeado de lleno al sector. En dos años, 50 millones de clientes dejaron de consumir lujo, y las ventas globales registraron su primera contracción significativa desde 2008.
El corazón del sector —la moda, la marroquinería y la joyería— retrocedió un 2% en 2024. La Generación Z, más sensible al precio y menos fiel a las marcas, empezó a cuestionar el valor real detrás de productos con precios cada vez más altos pero calidad decreciente. Al mismo tiempo, los clientes ultrarricos, que concentran el 40% del negocio, siguen sosteniendo a las marcas más exclusivas.
Mientras algunas firmas como Hermès brillan por mantenerse fieles a su identidad artesanal, otras como Gucci pierden atractivo por su masificación y dependencia del marketing. La sobreexposición en redes sociales, los cuestionamientos sobre la sostenibilidad y la banalización del lujo también erosionan el aura de exclusividad.
En este nuevo escenario, crece el mercado de segunda mano, donde piezas icónicas alcanzan precios incluso superiores a los de tienda, y se consolida el “lujo experiencial”: más que comprar, hoy muchos prefieren vivir. Dormir en un castillo, asistir a un desfile en el desierto o tener acceso a eventos únicos vale más que un bolso de 15.000 euros.
A futuro, las grandes marcas enfrentan un doble desafío: recuperar a los clientes que se fueron sin perder a los que se quedan. Y en paralelo, conquistar a las nuevas clases medias emergentes de India, África y América Latina. La clave, según los analistas, será volver a los orígenes: calidad, exclusividad y un relato auténtico. No todo está perdido, pero el lujo —como lo conocíamos— ya no será el mismo.