En nuestro país, la feria “La Salada” es un caso emblemático: miles de personas la visitan a diario en busca de réplicas de grandes marcas. En Francia, 4 de cada 10 personas admiten haber comprado productos falsificados, aunque la mayoría reconoce que perjudican a la economía y a la creatividad
Los estudios muestran que el consumidor es más propenso a comprar falsificaciones si el producto se exhibe en público, como un bolso, un reloj o ropa con logo. Mostrar estatus, aunque sea falso, otorga reconocimiento en redes, el trabajo o la escuela. La recompensa social pesa más que la culpa.
La neurociencia del comportamiento lo confirma: el cerebro responde con placer ante una falsificación atractiva, relegando el juicio moral. Pero si se activa la conciencia ética con mensajes emocionales o información sobre el daño que causan, la intención de compra baja notablemente.

Las marcas deben ir más allá de lo legal. Algunas estrategias eficaces:
Posicionar la autenticidad como símbolo de seguridad personal.
Adaptar los mensajes según edad y entorno social.
Mostrar los efectos ocultos de la falsificación en empleo e innovación.
Ofrecer alternativas reales y accesibles: alquiler, segunda mano o cápsulas limitadas.
Promover referentes auténticos y menos ostentosos.
Consumir falsificaciones refleja una tensión entre valores y apariencia. Reconocerla es el primer paso para cambiarla.
