Un nuevo estudio de la Universidad de Cambridge demuestra que el cerebro no se estabiliza tras la adolescencia: atraviesa al menos cinco grandes reconfiguraciones a lo largo de la vida, con implicancias médicas, educativas, sociales y culturales.
Durante años se asumió que el cerebro humano tenía un recorrido previsible: una infancia de plasticidad extraordinaria, una adultez reflexiva y una vejez asociada a fragilidad y deterioro. Sin embargo, un estudio reciente de la Universidad de Cambridge vuelve a mover las fronteras del conocimiento y muestra que la arquitectura de la materia gris no se congela tras la adolescencia. Muy por el contrario, el cerebro atraviesa al menos cinco grandes etapas estructurales, marcadas por puntos de inflexión alrededor de los 9, 32, 66 y 83 años.
En cada uno de esos momentos, la red neuronal se reorganiza para responder a nuevas demandas vitales. Primero se consolidan circuitos; luego el cerebro gana eficiencia; más tarde madura en profundidad; después reduce conexiones para adaptarse a vulnerabilidades emergentes, y finalmente concentra estrategias y rutinas que optimizan el funcionamiento en edades avanzadas. Estos hitos no son simples curiosidades biológicas: son claves para comprender que la mente humana se transforma toda la vida, no solo durante los años formativos.

El cerebro sigue siendo uno de los mecanismos más eficientes de la naturaleza: un procesador capaz de realizar tareas complejas con un gasto energético mínimo en comparación con cualquier supercomputadora. Las “edades del cerebro” identificadas por la investigación británica iluminan cómo la topología cerebral se ajusta para sostener esa eficiencia que permitió al Homo sapiens prosperar. Y, al mismo tiempo, obligan a repensar la narrativa habitual sobre el envejecimiento: no se trata únicamente de degradación, sino de reorganización funcional.
Las implicancias son profundas. Desde la educación hasta las políticas de salud y los modelos de jubilación, comprender cómo cambia el cerebro a lo largo del tiempo abre una conversación necesaria sobre expectativas sociales, desempeño laboral y envejecimiento activo. También puede ayudar a interpretar alteraciones cognitivas o comportamentales que aparecen en ciertos momentos de la vida.
La neurociencia ya había advertido la importancia de atender a los ritmos internos del cerebro. Un ejemplo cotidiano: pretender que un adolescente rinda Matemáticas a primera hora de la mañana suele ir contra sus tiempos biológicos, cuando las neuronas todavía “despiertan”. A medida que la ciencia avance, será crucial entender qué factores —hábitos, estrés, desigualdades, precariedad— modulan estas etapas y cómo se entrelazan con la sociología.
En definitiva, el cerebro no es una estructura que madura y luego se queda quieta, sino un sistema vivo que, como el propio ser humano, sigue cambiando para adaptarse al mundo.
Por el equipo de Saber Salir. Conclusiones de un estudio de la Universidad de Cambridge



