“El ser humano ha pasado el 99,99% de su tiempo viviendo en el entorno natural”, dice Yoshifumi Miyazaki, antropólogo y fisiólogo del Centro del Medio Ambiente, la Salud y las Ciencias Ambientales de la Universidad de Chiba en Japón.
Partiendo de certezas concluyentes como esa, Miyazakai y otros colegas han estudiado y desarrollado el shinrin yoku, los baños de bosque, una actividad y técnica terapéutica que tiene por objetivo devolver al ser humano a su “hábitat natural”, el cual, desde luego, no es la ciudad, en la que hemos vivido el 0,01% de nuestra historia.
Shinrin yoku: volver a la naturaleza, volver a casa
El hecho de que hayamos vivido tanto tiempo de nuestra historia en entornos naturales no supone que con un solo “baño” se vayan a arreglar todos nuestros problemas. No funciona así, por supuesto. Tampoco se defiende que debamos huir de las ciudades como si estas fueran la causa de “todos” los problemas. Tan solo se trata de recordar que “nuestras funciones fisiológicas están adaptadas al entorno natural” y que las ciudades, como “entornos altamente urbanizados y artificiales” pueden contribuir al “estado de estrés en las personas modernas”.
De todo ello trata el shinrin yoku, un término acuñado, en realidad, recientemente, pese a estar vinculado a nuestro modo de vida más ancestral. Fue en 1982 cuando el Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca de Japón lo promocionó partiendo del término yoku que significa “acción de bañarse” y shinrin que significa “bosque”. Conjugando ambos términos nace este concepto que trata, esencialmente, de entrar en contacto con la naturaleza y “absorber” la atmósfera del bosque “con los cinco sentidos”.
Es decir, no se trata de acudir a la naturaleza como quien va a una reunión en la oficina, con una agenda perfectamente organizada y con varios “objetivos que cumplir”: eso es llevar la ciudad y su (agotadora) mecánica a la naturaleza.
Se trata de acudir a un entorno natural, preferentemente a un bosque, por su propia exuberancia natural, y dejarse llevar, tratar de relajarse, respirar, escuchar, oler: sentir, en suma, sin prisa, sin mirar reloj ni sacar el móvil cada dos minutos. Parece fácil, pero cada día se pone más difícil… hasta algo tan aparentemente sencillo como un simple baño de bosque. Prueba y verás.
Japón, de la fascinación urbana a la nostalgia natural

No resulta extraño que esta actividad de “regreso a la naturaleza” haya surgido en Japón, un país que ha vivido una relación paradójica con sus tradiciones desde hace 150 años, desde la Era Meiji que arranca en 1868 y que conduce al país a la “modernidad”, sazonada con controvertidas influencias occidentales.
Fue en Japón donde también se extendió el urbanismo más expansivo, con megalópolis que pronto se convirtieron en polo de atracción de millones de personas en un contexto de acelerada industrialización al calor del “milagro económico japonés”. La naturaleza fue quedando atrás, en un país cubierto casi en un 70% por bosques. Millones de personas quedaron encadenadas a la ciudad atrapadas en sus rutinas urbanas, sin pisar un bosque en años…
Fue en este contexto de “alienación urbana” como las instituciones empiezan a tratar de buscar soluciones para un clima cada más opresivo y agotador: personas volcadas en sus trabajos, en sus larguísimos desplazamientos a la oficina y/o atrapadas en sus pisos de reducidas dimensiones.
¿Cómo es posible que teniendo uno de los entornos naturales más pletóricos y hermosos del mundo, no seamos capaces de levantar la vista del asfalto, el metro y el pachinko? Y entonces surgió el shinrin yoku: si no podemos volver (permanentemente) a la naturaleza, al menos “bañémonos” en ella, como quien va a la playa, se da un chapuzón y “queda como nuevo”.
Los (evidentes) beneficios del shinrin yoku

Desde 2004, las instituciones niponas decidieron dar un paso más allá y patrocinaron una investigación a gran escala para estudiar científicamente los beneficios de los baños de bosque de la mano de Yoshifumi Miyazaki y su equipo, partiendo de datos demoledores como este: el 54% de los japoneses mayores de 12 años afirmaba en el año 2000 tener un estrés muy alto o relativamente alto.
Desde entonces, Miyazaki ha llevado a cabo numerosas investigaciones como esta en la que evalúa los efectos del shinrin-yoku en jóvenes varones que pasaron tres días y dos noches en la naturaleza: “El nivel de cortisol salival y la frecuencia cardíaca disminuyeron notablemente en el entorno forestal en comparación con el entorno urbano”.
Además, a nivel psicológico, “el baño forestal aumentó significativamente las puntuaciones de sentimientos positivos y disminuyó significativamente las puntuaciones de sentimientos negativos después de los estímulos en comparación con los estímulos urbanos”.
En 2016, Miyazaki realizó una nueva revisión en la que analizó más de medio centenar de artículos científicos sobre los efectos de la naturaleza en la salud física y mental del individuo: terapia forestal, terapia de espacios verdes urbanos, terapia con plantas, terapia con materiales de madera, entre otros.
Y es que “en Japón los efectos terapéuticos de la estimulación de la naturaleza siempre se han conocido empíricamente, pero debido a la falta de datos, se exigió socialmente la presentación de datos científicos”. En Japón y en cualquier parte, podríamos apostillar. Es decir, todos sabemos que el entorno natural beneficia (en líneas generales) la salud del individuo, pero se necesitaban datos concluyentes para apoyarlo.
Y Miyazaki y compañía sigue trabajando en ello a día de hoy porque, para luchar contra el síndrome de déficit de naturaleza que acusan tantos individuos atrapados en sus rutinas urbanas, “los efectos terapéuticos de la estimulación natural sugieren un método simple, accesible y rentable para mejorar la calidad de vida y la salud de las personas modernas: Teniendo en cuenta la importancia de la calidad de vida en nuestra sociedad moderna y estresante, la importancia de la terapia natural aumentará aún más”. Sin duda que lo hará.
Por David Rubio. redactor e historiador del arte con una trayectoria profesional que abarca varios campos de la escritura y la enseñanza. Su carrera comenzó hace años, y desde entonces ha trabajado en diversos proyectos editoriales, en los que combina su pasión por las palabras con su formación en historia del arte. Además de su labor como redactor, fue profesor de escritura creativa, lo que le permitió compartir su amor por las letras con futuros escritores. Para él, escribir no solo es su profesión, sino también su vocación: desde que comenzó su carrera, la escritura ha sido siempre su medio de expresión más natural.
Fuente: publico.es