Después de casi dos décadas, la Subasta Solidaria de Vinos en Bodega Gamboa nos deja aprendizajes que trascienden cada martillazo.
Porque el vino —que podría ser simplemente una bebida más— cambia por completo cuando reunís a coleccionistas y enófilos en una misma sala y se propone un juego: ¿quién se lleva a casa la botella más codiciada?
Ese juego se llama subasta, y en él se mezclan deseo, estrategia y emoción.
Como en cualquier mercado de lujo, el mundo de las subastas está impulsado por quienes desean disfrutar lo que compran. La rareza, la procedencia y la escasez son las claves que transforman un vino en un activo: un objeto capaz de mover precios, confianza y liquidez en el mercado secundario.
Pero en nuestra subasta hay una diferencia esencial:
todas las botellas provienen directamente de las bodegas, elegidas y donadas por sus propios dueños o enólogos. Son joyas enológicas, añadas ocultas, piezas que nunca salieron al mercado. Esa trazabilidad total garantiza autenticidad y refuerza la confianza, un valor indispensable para cualquier subasta creíble.

Y a lo largo de 19 ediciones, estos aprendizajes se repiten año tras año:
1. El prestigio sigue importando.
Las grandes marcas y etiquetas consagradas mantienen un reconocimiento profundo entre los conocedores. Saber elegir, esperar y pujar forma parte de un capital cultural que se renueva en cada edición. La prueba estuvo este año: Iscay 2014 Doble Magnum: un blend de alta gama, raro y de colección, que se convirtió en la joya de la noche al alcanzar los $3.100.000.


Las historias detrás de cada vino conmueven.
Cuando una bodega comparte su origen, su terroir, su gente o su lucha, el lote toma otra dimensión. La narrativa auténtica atrae miradas y despierta pasiones.
Wapisa Underwater, el único vino argentino criado bajo el mar en el golfo San Matías, es un ejemplo perfecto: genera fascinación inmediata y deseo en cada comprador.

3. La sustentabilidad ya no es un plus: es un valor fundamental.
Los proyectos ecológicos, regenerativos o con impacto social generan interés real. El público premia a las bodegas que trabajan con responsabilidad ambiental y comunitaria.
Siesta en el Tahuantinsuyu Malbec 2012, presente en varios lotes, lo demuestra: siempre alcanza valores altos y sostenidos.

4. El contexto potencia la experiencia.
Subastar vinos en un viñedo —rodeados de naturaleza, madera, luz y uvas— multiplica la emoción. El entorno convierte la subasta en un ritual.
Eso es Gamboa: el viñedo más cercano a la ciudad, integrado a una reserva natural de 6.000 hectáreas que envuelve cada edición con una magia imposible de replicar.

5. La diversidad argentina sigue sorprendiendo.
Del norte al sur, de tintos históricos a blancos frescos o criollas de altura, la amplitud de estilos y terruños alimenta el entusiasmo de coleccionistas, filántropos y amantes del vino.
Los vinos de El Bayeh, con su proyecto de pequeños parceleros jujeños, son hoy una de las propuestas más interesantes y singulares del país.

6. Y sobre las subastas en sí: la emoción es un juego en movimiento.
La dinámica combina teoría de los juegos, competencia sana, miedo a perder, deseo por piezas únicas y la fidelidad casi futbolera hacia ciertas bodegas.
Se puja, se duda, se arriesga, alguien respira hondo, alguien más vuelve a levantar la mano… hasta que cae el martillo.
Por equipo de Saber Salir



