No siempre en la Argentina se comía la raviolada de los domingos y milanesa con papas fritas. En la Ciudad de Buenos Aires y en las pampas, desde la época de la Colonia era costumbre comer puchero; ricos y pobres comían este plato que sólo hacía diferencias por la calidad de los cortes empleados. Todo se cocinaba en fogones utilizando parrillas o fuego directo en ollas de hierro: éstas eran conocidas como las “morochas” y solían tener tres patas para mantenerse elevadas sobre las brasas. Actualmente el puchero sigue comiéndose en todo el país, aunque en menor proporción que en aquel entonces, donde el consumo per capita de carne era mucho mayor.
Uno de los clásicos de aquel entonces era el locro, guiso típico del NOA, Cuyo y la región central, a base de choclo, zapallo, papa y otras hortalizas, otro de los platos que se siguen consumiendo hoy en día, siempre y cuanto encuentren a un cocinero/a que sepa hacerlo y disponga de tiempo. Otro plato de olla que se sigue haciendo es la carbonada. Su origen es incierto, aunque algunos le atribuyen el nombre a los inmigrantes belgas que poblaron el país, nombre que derivaría del término “carbonnade”, plato que se hacía en sus tierras y que incluía durazno. Otros sostienen que el nombre tiene que ver con los leños que se empleaban en la cocción de este plato, que recién se servía cuando éstos quedaban carbonizados.
Los tamales y las humitas, estas últimas envueltas en chala preparados con choclos tiernos y rallados, también estaban y están presentes en el NOA, igual que la empanada que ya forma parte del ADN nacional y que cada provincia cuenta con una receta para prepararla. Esta antiquísima forma de conservar un alimento, encerrado dentro de un pedazo de masa que se come con las manos, junto con la pizza resultó ser el furor del fast food; basta ver la cantidad de deliveries que ni el gaucho más imaginativo hubiera soñado. Entre los postres hay que mencionar el arroz con leche, los pastelitos y la mazamorra, que si bien no son masivos a muchos les sigue gustando.