El vino, tradicional emblema rural, gana cada vez más terreno en las ciudades. Viena y Buenos Aires —dos urbes lejanas en historia y geografía— hoy encuentran un punto en común: sus viñedos urbanos.

En Viena, más de 600 hectáreas de vides se extienden dentro del perímetro urbano. Grüner Veltliner, Riesling y Pinot Blanc crecen en colinas atravesadas por senderos, donde la experiencia vinícola se fusiona con la vida cotidiana: bares típicos (heurigen), vendimias urbanas y caminatas entre hileras de cepas forman parte del paisaje. La capital austríaca no solo produce vinos frescos y gastronómicos, sino que fue reconocida en 2019 como “Ciudad del Vino” por la red Great Wine Capitals.


A miles de kilómetros, Buenos Aires se anima con su primer viñedo urbano: 150 plantas de Malbec, Torrontés y Pinot Noir crecen en pleno microcentro, en el jardín del Hotel InterContinental. El proyecto, impulsado por Bodega Gamboa, propone un maridaje inédito entre asfalto y terruño. Desde septiembre, el espacio funcionará como after office vitivinícola, con degustaciones, vendimias y subastas solidarias.


Lo que Viena consolidó como parte de su identidad, Buenos Aires comienza a explorar como una promesa. Dos capitales, un mismo deseo: acercar el vino a la ciudad y convertirlo en una experiencia urbana, cultural y sensorial.