Durante décadas, la copa flauta fue sinónimo de glamour. Alta, esbelta y con un brillo que hacía juego con las burbujas, se convirtió en la imagen oficial de cualquier celebración: desde un brindis de Año Nuevo hasta una recepción de gala. Sin embargo, en las cavas más prestigiosas de Champagne, en las mesas de los sumilleres más influyentes y en las barras de los hoteles de lujo, se está gestando una tendencia que podría desterrar a este ícono del pasado: la flauta está cediendo su lugar a copas más anchas, que elevan la experiencia del espumoso a un nivel superior.

De símbolo de celebración a pieza de museo
La copa flauta tiene méritos: conserva la efervescencia durante más tiempo y su estética fotogénica ha hecho historia. Pero en el mundo del vino, la belleza ya no alcanza. Hoy, los productores de champán más reconocidos y los expertos en degustación coinciden en que la forma de la copa influye tanto como la temperatura o la añada.
En una flauta, la boca estrecha limita la superficie de contacto del vino con el aire. Esto significa menos liberación de aromas y un recorrido del líquido directo al centro de la lengua, lo que reduce la percepción de matices en acidez, dulzor, salinidad y textura. Es como escuchar una sinfonía a través de un solo altavoz.
El nuevo estándar: copas para dejar hablar al vino
Copas tipo tulipán, copas de vino blanco e incluso modelos diseñados especialmente para espumosos están ganando terreno. Su forma más ancha y redondeada permite que el vino respire, que los aromas se expandan y que el primer sorbo sea un despliegue de volumen, cremosidad y complejidad.
En estas copas, un champagne vintage, un blanc de blancs mineral o un espumoso argentino con crianza prolongada revelan capas aromáticas que en una flauta quedarían atrapadas. Notas de brioche, fruta madura, flores blancas y frutos secos se hacen más presentes, y la textura sedosa de la burbuja se percibe con mayor claridad.

Un cambio que marca tendencia
Las grandes maisons como Krug, Bollinger y Ruinart han renovado sus copas oficiales. En restaurantes con estrellas Michelin, los sumilleres ya no ofrecen flautas, sino copas diseñadas para potenciar cada etiqueta. En catas privadas y experiencias de lujo, se invita a los asistentes a comparar la misma botella servida en una flauta y en una copa ancha: la diferencia es tan marcada que pocos vuelven atrás.
Incluso en el ámbito doméstico, quienes aprecian un buen espumoso están haciendo el cambio. Hoy, las mesas más elegantes y las terrazas más chic del verano europeo muestran copas anchas, donde el dorado del vino y el fino rosario de burbujas brillan con luz propia.
Brindar con intención
El cambio no es solo técnico, es también cultural. El champagne y los grandes espumosos ya no se ven solo como una bebida para brindar, sino como vinos para disfrutar con calma, maridar y explorar. Cambiar la copa es un gesto que dice: “esto no es un trago rápido, es una experiencia”.
El brindis del mañana no se mide en burbujas, sino en experiencias. Copas que dejan hablar al vino, momentos que se saborean y recuerdos que duran más que cualquier celebración.
Por Marcelo Chocarro



